Centros comerciales, de la utopía suburbana a la distopía capitalista, los centros comerciales, tal como los conocemos hoy, nacieron de una idea que, en su momento, parecía brillante, pero que al trasladarse a la realidad se transformó en una caricatura del urbanismo moderno. La historia comienza con Victor Gruen, un arquitecto austriaco que en 1956 diseñó el primer centro comercial de grandes dimensiones en Edina, Minnesota, buscando replicar los núcleos urbanos europeos en los suburbios estadounidenses. Su visión era crear un lugar que no solo albergara tiendas, sino que también contara con espacios educativos, oficinas, y centros médicos, transformando la vida suburbana en un reflejo más cercano a las ciudades densas y vibrantes de Europa.
Gruen, al igual que otros visionarios, pensó que el centro comercial podría convertirse en un modelo urbano autosuficiente, una especie de ciudad ideal. Sin embargo, la realidad fue otra. En lugar de contrarrestar la expansión de las ciudades suburbano-extensivas de Estados Unidos, el centro comercial las reforzó. A pesar de este fracaso inicial, el concepto evolucionó, y con los años, los europeos adoptaron este modelo estadounidense de barrios con amplias avenidas y gran dependencia del automóvil, donde el pequeño comercio desaparecía en favor de enormes centros comerciales.
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Un ejemplo claro de este modelo se encuentra en Madrid, ciudad que ha sido testigo de la proliferación de centros comerciales a lo largo de las últimas décadas. Lugares como La Vaguada, La Gavia o Alcalá Norte se erigen como puntos de encuentro no solo para las compras, sino también como centros de socialización en barrios que, de otra manera, carecerían de vida comunitaria. Sin embargo, si hay un centro comercial que refleja la visión de Gruen de manera más fiel, es Las Rozas Village, un outlet de lujo que, con su arquitectura inspirada en un pintoresco pueblo europeo, oculta detrás de su fachada encantadora la misma alienación de las suburbias que Gruen intentó evitar.
La inquietud que genera este tipo de urbanismo es palpable. Las Rozas Village es un claro ejemplo del «valle inquietante» del urbanismo, una teoría que señala el rechazo visceral que sentimos ante las representaciones artificiales de la realidad que se acercan demasiado a lo real. Este outlet de lujo, aunque diseñado para evocar un pequeño pueblo europeo, no tiene la vida auténtica de un pueblo real. Las calles, llenas de tiendas de marcas exclusivas, están vacías de personas, salvo por los compradores que se desplazan rápidamente entre las tiendas. Lo que se presenta como una comunidad de lujo es, en realidad, una construcción vacía que solo sirve a los intereses del consumo.
El fenómeno no se limita a Madrid, sino que se extiende por las ciudades de todo el mundo. La proliferación de centros comerciales en las periferias urbanas ha transformado estos espacios en los verdaderos centros de socialización de los barrios, sustituyendo lo que antaño eran plazas de pueblo y parques locales. Los centros comerciales se han convertido en un refugio para quienes buscan escapar de la monotonía suburbana, pero en el proceso, han desplazado las conexiones auténticas entre los habitantes de esos barrios.
El problema, entonces, no radica en los centros comerciales como tal, sino en el modelo urbano que los sustenta. En lugar de fomentar la creación de barrios vibrantes y comunidades densas, los centros comerciales han consolidado un modelo de vida donde las relaciones humanas se reducen a transacciones comerciales y el espacio público se privatiza. Los nuevos desarrollos urbanísticos aspiran a ofrecer una vida de lujo y confort, pero a costa de una creciente desigualdad y de la desaparición de los espacios públicos compartidos.
Este tipo de urbanismo aspiracional genera barrios donde todo está diseñado para ser consumido: desde las viviendas hasta los centros comerciales, pasando por los espacios de ocio y entretenimiento. Estos nuevos barrios están pensados para un consumo sin fricciones, donde las personas pasan de un lugar a otro sin tener que interactuar realmente con su entorno. Los centros comerciales se han convertido en una especie de «misa moderna», el único lugar de encuentro social donde se puede transitar sin contacto con la realidad social que los rodea.
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El modelo de Gruen, que comenzó con la intención de ofrecer una solución a los males de la vida suburbana, se ha convertido en un sueño neoliberal distópico. Hoy, los centros comerciales ya no son solo lugares para comprar, sino que representan una forma de vida que aleja a las personas de la autenticidad y de la verdadera interacción social. Los centros comerciales en las periferias, lejos de ser un parche a los problemas urbanos, son un reflejo de la crisis del urbanismo moderno: la incapacidad de crear barrios que fomenten la convivencia, la interacción y el sentido de comunidad. Según publica Mall & Retail