Lacalle Herrera advierte sobre crisis global y defiende identidad uruguaya
En un acto conmemorativo por los 66 años del fallecimiento del líder nacionalista Luis Alberto de Herrera, su nieto, el expresidente Luis Alberto Lacalle Herrera, ofreció un discurso que combinó la evocación histórica con una reflexión aguda sobre el presente político y geopolítico. El evento, que tuvo lugar en el Cementerio Central de Montevideo, no solo reunió a dirigentes y militantes del Partido Nacional, sino que se convirtió en una plataforma para lanzar un mensaje de identidad, autonomía y revisión crítica del relato histórico reciente del país.
Una advertencia sobre el escenario internacional
Uno de los ejes centrales del discurso de Lacalle Herrera fue su preocupación por lo que considera una “época de gran crisis internacional”. Desde su perspectiva, el actual contexto global está caracterizado por una creciente disputa entre potencias que, según advirtió, puede amenazar la soberanía de países más pequeños como Uruguay.
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La referencia a una «épica de crisis» no es menor: Lacalle subrayó que el enfrentamiento comercial y estratégico entre las grandes potencias no se da ya con máscaras diplomáticas, sino de forma directa y sin disimulos. «Las grandes potencias están moviendo sus piezas con brutalidad: ‘esto es mío, esto es tuyo, yo quiero esto otro’, sin filtros», explicó, alertando que este tipo de relaciones pueden arrastrar a países periféricos hacia una pérdida de soberanía.
Ante esta situación, su propuesta es clara: apostar al fortalecimiento de la identidad nacional como escudo frente a la inestabilidad exterior. Para Lacalle Herrera, Uruguay debe resistir las presiones externas volviendo a sus raíces ideológicas e históricas, recuperando valores que considera fundamentales para el país.
Nacionalismo sin etiquetas partidarias
En ese contexto, el exmandatario rescató el concepto de nacionalismo, pero lo desmarcó de un uso partidario o simplista. No se trata, insistió, de una defensa exclusiva de los ideales del Partido Nacional, sino de una identidad colectiva que debería trascender las diferencias políticas. “Volver al nacionalismo es encontrar abrigo y raíz”, manifestó.
El núcleo de su planteo se basó en una idea potente: la reafirmación de lo oriental. Según Lacalle Herrera, Uruguay es el resultado de una elección de identidad y no simplemente de un accidente geográfico o una imposición colonial. “Pudimos haber sido españoles, portugueses, ingleses, argentinos o brasileños, pero decidimos ser orientales”, afirmó con firmeza.
Fue entonces cuando pronunció una frase que se convirtió en el título simbólico de su mensaje: “Ni Milei ni Lula, orientales”. En ella se condensa su crítica tanto a las influencias externas de derecha como de izquierda, rechazando alineamientos automáticos con liderazgos internacionales. Lacalle apuesta, en cambio, por una vía propia y autónoma, libre de presiones ideológicas o estratégicas que provengan de otras regiones.
El llamado a no depender de potencias extranjeras fue especialmente explícito cuando Lacalle Herrera se refirió a las alianzas geopolíticas del país. Mencionó expresamente al Foro de San Pablo, Rusia, China y Estados Unidos, planteando que Uruguay no debe comprometer su soberanía ni alinearse de forma automática con ninguna de esas esferas de poder.
Este posicionamiento, que puede leerse como una crítica indirecta tanto al progresismo regional como a una derecha que mira con simpatía ciertas potencias, también implica una advertencia para el gobierno actual. Aunque no nombró directamente a ningún dirigente, sugirió que es necesario que las autoridades refuercen el carácter independiente de la política exterior uruguaya.
Otro punto clave del discurso fue su pedido de revisar la historia reciente del país, especialmente los años previos a la dictadura militar (1973-1985). Según Lacalle Herrera, el relato oficial que se ha consolidado en los últimos años presenta una visión “sesgada” de lo que realmente ocurrió entre 1963 y 1984.
Con esta afirmación, el exmandatario cuestionó que la narrativa histórica se haya centrado en ciertas víctimas y omitido, a su entender, responsabilidades de actores como los grupos guerrilleros que operaron en la década del 60 y comienzos del 70. Para él, comprender ese período requiere un ejercicio de memoria “sin pasión pero sin olvido”, con una mirada integral y sin distorsiones ideológicas.
Particularmente polémica fue su crítica a una ley que establece que la dictadura comenzó en 1968, una normativa que, según denunció, falsea los hechos con el objetivo de incluir a determinados actores como víctimas del régimen, aunque estos no hubieran estado involucrados en ese período. “Es un contrasentido que un país tan legalista como Uruguay apruebe leyes que no respetan la verdad”, expresó.
Un llamado a la juventud y a la continuidad
En medio de su discurso cargado de historia y advertencias, Lacalle Herrera también se permitió una mirada emocional al recordar a su abuelo. Rememoró que tenía apenas 17 años cuando falleció Luis Alberto de Herrera, y reflexionó sobre cómo el tiempo va alejando los testimonios directos de su figura. Sin embargo, destacó con entusiasmo la presencia de jóvenes militantes que participaron del homenaje, interpretándola como una señal de continuidad de los valores herreristas.
El discurso no se dio en el vacío. Llega en un momento donde la política uruguaya experimenta una transición tras el final del mandato de Luis Lacalle Pou, hijo del orador. En ese sentido, las palabras del expresidente también pueden leerse como una forma de incidir en la construcción del nuevo liderazgo blanco y en la redefinición del rol del Partido Nacional de cara a los próximos desafíos electorales.
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Más allá de la coyuntura, el mensaje de Lacalle Herrera apunta a una idea duradera: que Uruguay debe definirse por sí mismo, sin depender de modas ideológicas ni de tutelajes extranjeros. Su propuesta de revisión histórica, defensa de la identidad oriental y reafirmación del nacionalismo se inscribe en una tradición que, aunque cuestionada por algunos sectores, sigue teniendo un peso simbólico profundo en la política nacional.