«Milei elimina el Impuesto País y abre nuevos desafíos para Argentina»es el tema que propone Guillermo D’Andrea, Profesor, investigador, autor de 7 libros, conferencista y consultor internacional
Cumpliendo una de sus promesas de campaña, el presidente Milei anunció la baja del impuesto que grava la compra de moneda extranjera con una tasa de 30%, que la anterior administración impuso en diciembre de 2019 de manera transitoria, bajo la imaginativa denominación de PAIS (Para un Argentina Inclusiva y Solidaria) y que llevo a una erosión de la economía por falta de pago de importaciones.
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Naturalmente la noticia es festejada por importadores de insumos y equipos, turismo saliente y compradores de productos de consumo que han visto aumentado el límite de compra sin impuesto. En cambio, muchos fabricantes locales anticipan la llegada de productos importados a precios muy competitivos, y reclaman algún tipo de protección para mantener sus operaciones.
El actual presidente ha prometido insertar a Argentina en el mundo, atrayendo inversiones para aumentar el volumen de exportaciones de energía y materias primas, que pueden duplicar y hasta triplicar el superávit que actualmente genera la agroindustria.
Entre sus promesas ya ha cumplido el recorte de gastos en un 30% y de la inflación, llevándola del 25,5% de diciembre 2023 al 2,4% del reciente noviembre. Los pronósticos de inflación para 2025 varían entre 15% y 25% anual, y se prevé una gradual llegada de capitales de inversión, comenzando por los sectores energéticos y de minería, que ya vienen registrando inversiones por encima de los u$s11.000 millones, prometiendo más y avizorando en un plazo de alrededor de cinco años un incremento de exportaciones equivalente a las agrícolas, el tradicional gran motor de la economía Argentina.
Pero la nueva realidad imaginada por Milei descubre desafíos para los operadores de la economía real. Desde hace más de ochenta años y por razones políticas que exceden este análisis, el país creció bajo un marco de economía protegida orientada al consumo interno. El merecido bienestar por vivir en un país muy rico en materias primas debía traducirse en consumo para todos, al punto de llegar a ‘donde hay una necesidad, hay un derecho’. En la práctica la explotación de materias primas se basó principalmente en la producción agrícola altamente competitiva, que a fuerza de mejoras tecnológicas cuadruplico su volumen en los últimos cuarenta años, contribuyendo al 10% del PIB, el 30% de la recaudación fiscal, y que con el 60% de las exportaciones, genera entre el 70% y 80% del superávit de la balanza comercial. Petróleo, pesca, minería y energía han tenido desarrollos discretos. El resto de la actividad económica esta obviamente orientada al mercado interno, y este cierre implica una baja competitividad frente a los mercados internacionales.
Adicionalmente, con una inflación galopante a fines del 2024, los operadores fijaron sus precios previendo una inminente hiperinflación que luego no se concretó. Sin embargo, acostumbrados por la inflación de los últimos 20 años, esperaron que rápidamente alcanzaría los precios aumentados en exceso. Pero el plan de fuerte recorte de gastos de Milei y su ministro de Economía tuvo efectos inesperados: la inflación descendió sostenidamente, los consumidores retrajeron fuertemente sus gastos y las ventas descendieron un 10% en los primeros nueve meses. Este promedio implica que algunos sectores como materiales de construcción descendieron muy por debajo, mientras que otros como alimentación sufrieron menos, si bien en muchos casos los consumidores se orientaron a segundas marcas más baratas para mantener su consumo.
Con precios desmarcados de la demanda, los operadores se encontraron con una situación inédita para quienes tienen menos de 45 años y crecieron en su vida profesional reajustando precios en un entorno inflacionario: el desconocimiento de las herramientas de baja de precios sin entrar rápidamente en pérdidas. Ajustar procesos para ganar eficiencia es una práctica poco conocida, dado que las deficiencias eran cubiertas por los aumentos de precios. La inestabilidad de las últimas décadas entrenó la agilidad para responder al stop-and-go de las crisis seguidas por auges de consumo. En ese contexto, la preocupación eran menos las ineficiencias, y sí la de adaptación y rápida respuesta a los cambios del mercado. Con estos antecedentes, la entrada de productos importados no solo parece inexorable, sino que muchos consideran inevitable transformarse en importadores, sin un destino claro para la actual manufactura nativa. Ello implica el desafío de transformar buena parte de la fuerza productiva hacia los servicios, un proceso que requiere esfuerzo y tiempo, con el consiguiente peligro de aumento del desempleo en el corto plazo.
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Pero más aún, la apertura económica conlleva cambios de enfoque que requieren una profunda renovación cultural en las instituciones, los líderes políticos, intelectuales, sindicalistas y empresariales. En diciembre de 2023 la mayoría voto por un cambio, eligiendo un outsider de la política que prometía un futuro venturoso en libertad, con una transición dolorosa en la que el triunfo sobre la inflación y el equilibrio fiscal son solo el preludio. En un contexto global en pleno cambio del balance de fuerzas, la Argentina enfrenta un cambio de época con el dramatismo que caracteriza a este país bendecido por las riquezas pero que no logra formular los consensos necesarios y los acuerdos institucionales para crecer en armonía e insertarse en el mundo. La moneda está en el aire, los cambios son el prolegómeno de muchos más por venir, y el nuevo año por comenzar trae elecciones de medio término que mostrarán el compromiso y el humor de la sociedad. Es de desear que los dirigentes estén a la altura y logren enderezar el rumbo de este país tan rico como desencontrado a lo largo de su historia.