Por Ivette Estrada
La pregunta resulta intimidante tanto en el ámbito personal-social como en el empresarial por una sola razón: no tenemos estructura una respuesta corta acerca de qué hacemos y para qué.
«¿A qué te dedicas?»
Es la pregunta más común para entablar una conversación. Y, sin embrago, solemos apagar la incipiente interacción con respuestas tan anodinas como «estoy en ventas». «diseño software empresarial» o “trabajo en un hospital.»
Es decir, nos rehusamos a ser memorables y optamos por un cómodo e intrascendente aburrimiento. O lo que es lo mismo: dejamos escapar oportunidades laborales, generación de proyectos o evadimos fortalecer nuestras redes sociales.
La forma en que hablamos de nosotros mismos tiene beneficios concretos. Con una mejor respuesta, podríamos crear una fuerte impresión en una reunión de trabajo, destacarnos en una entrevista o convertirnos en un colega al que nuestros pares recurren para conocer su punto de vista.
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Lo primero es aclarar para nosotros mismos lo que hacemos y determinar que impacto tiene en nuestra propia noción de relevancia. Es decir, cómo nuestra acción cotidiana cumple con nuestra misión de vida o Contrato Sagrado. Si tenemos esa respuesta muy clara podemos conformar una atractiva narrativa al respecto.
Conviene escribir la respuesta. Después “pulirla” hasta tener una idea sencilla y breve. Cerciorarnos de volverla atractiva. Esa idea ya pulida, debemos ahora ensayarla para los encuentros casuales en expos, exposiciones, conferencias y encuentros empresariales.
Busquemos oportunidades de convivir con personajes relevantes de nuestro sector e incluso de distintas industrias. Entre mayor es la diversidad de nuestros contactos mayor poder y atractivo logra irradiarse.
Es fundamental no explicar demasiado. Limitar todo a una sola frase de la que los demás deseen saber más. Esto puede lograrse si detectamos la finalidad de lo que hacemos.
Les comento una anécdota que escuche por ahí¨:
Tres albañiles trabajaban con distinta energía y actitud. El primero lucía cancino y su barda era la menos alta respecto a la de sus compañeros.
_¡Qué haces?, interrogó un transeúnte.
_Pues una barda, ¡qué no ves?
El primer albañil mascullo entre dientes y ni siquiera miró a quien lo interrogó. Éste se atrevió a formular la misma pregunta a un trabajador que avanzaba rápidamente en su labor.
_Hago una iglesia, fue la orgullosa respuesta.
El caminante entonces decidió inquirir al terecer trabajador que silbaba alegremente y tenía su barda casi terminada. La respuesta de este hombre lo dejó anonadado:
_Construyo una ciudad. Por lo pronto aquí verás una preciosa catedral.
Entonces te pregunto: ¡Qué haces? Esa respuesta debes llevarla a todas partes. Debes aprender a hablar de ti.
